jueves, 24 de octubre de 2013

Los poetas de la posguerra española y la tauromaquia



La relación de la tauromaquia con la generación poética del 27 en España está más que particularmente expuesta. Luego, la historia de grandeza e interrelación entre el toreo y otras formas de arte, que sirve como vaso comunicante, se paraliza en la Guerra Civil bajo el drama de las confrontaciones bélicas. Sobrevendrían cambios políticos en España que determinarían una clase distinta de poesía, y de tauromaquia también. Si el toreo estoico y vertical de Manolete reverberaba el espíritu conservador, gris y correcto de su época, la poesía sin embargo se distanciaría hacia formas de resistencia y oralidad subversiva, apartándose del casticismo y el preciosismo de la generación del 27. Pero también es imposible encontrar una relación entre la poesía de la posguerra y la tauromaquia más subversiva: la de El Cordobés. En el primer caso observamos que la labor poética resiste la vida, mientras que en el toreo heterodoxo de El Cordobés, la vida se manifiesta con rabia hasta confundirse con la alegría. Entonces es posible hallar un vaso roto entre el toreo y la poesía. Como expresan los poetas de los que hoy reproducimos su opinión, para ellos será difícil poetizar en torno a la tauromaquia, pese a que van a vivir la segunda edad de oro del toreo. La afición se torna más seria, grave y real. Quizá uno pueda pensar que en García Lorca, Alberti, Diego o Machado, la tauromaquia haga parte ineludible del paisaje cultural español de la época, aunque bien es cierto que la afición de García Lorca era visceralmente real, y que Alberti incluso actuó en una cuadrilla. La leyenda del banderillero anarquista muerto con García Lorca en un fusilamiento ilegal, vendría a representar la muerte misma de la relación cultural de la poesía y los toros como ineludibles culturales.

Lo anterior no puede interpretarse como un abandono de los poetas a la tauromaquia: la llamada Generación del 50, o de la Posguerra, será muy taurina en términos de afición. Blas de Otero, Gamoneda, Panero, Caballero Bonald, Claudio Rodríguez y Francisco Brines, serán aficionados al toreo. De los dos últimos reproducimos la totalidad de sus intervenciones en el número 587 de los Cuadernos Hispanoamericanos, edición dedicada a la relación entre las letras y el toreo. Huelga decir que quien suscribe estas palabras, encuentra en la poesía de Rodríguez y de Gamoneda, la expresión más acaba de la lírica en nuestra lengua, por lo que la afición de esta generación por los toros debe rescatarse y visibilizarse con una importancia similar que la usada con la Generación del 27. Esta última sirvió como revulsivo cultural contra la antitaurina generación del 98, así que el mecanismo queda expuesto. La importancia de capitalizar nuestro acervo cultural frente a una sociedad incompetente para el entendimiento de ciertos principios, debería ser una de las obligaciones urgentes que los taurinos necesitamos imponernos, además de hacer caso a las quejas de Brines y Rodríguez,  que ruego sean leídas por su indiscutible interés:









Adenda del blog Torear


Un poema de Brines:
Amor en Agriento
                                                              (Empedócles en Akragas)
Es la hora del regreso de las cosas,
cuando el campo y el mar se cubren de una sombra lenta
y los templos se desvanecen, foscos, en el espacio;
tiemblan mis pasos en esta isla misteriosa.

Yo te recuerdo, con más hermosura tú
que las divinidades que aquí fueron adoradas;
con más espíritu tú, pues que vives.
Hay una angustia en el corazón
porque te ama,
y estas viejas columnas nada explican:

Unos ardientes ojos, cierta vez, miraron esta tierra
y descubrieron orígenes diversos en las cosas,
y advirtieron que espíritus opuestos los enlazaban
para que hubiese cambio, y así explicar la vida.
Esta tarde, con los ojos profundos, he descubierto la intimidad
                                                                       del mundo:
Con sólo aquel principio, el que albergaba el pecho,
extendí la mirada sobre el valle;
mas pide el universo para existir el odio y el dolor,
pues al mirar el movimiento creado de las cosas
las vi que, en un momento, se extinguían,
y en las cosas el hombre.

La ciudad, elevada, se ha encendido,
y oyen los vivos largos ladridos por el campo:
éste es el tránsito de la muerte, confundiéndose con la vida.
Estas piedras más nobles, que sólo el tiempo las tocara,
no han alcanzado aún el esplendor de tu cabello
y ellas, más lentas, sufren también el paso inexorable.
Yo sé por ti que vivo en desmesura,
y este fuerte dolor de la existencia
humilla al pensamiento.
Hoy repugna al espíritu
tanta belleza misteriosa, tanto reposo dulce, tanto engaño.

Esta ciudad será un bello lugar para esperar la nada
si el corazón alienta ya con frío,
contemplar la caída de los días,
desvanecer la carne.
Mas hoy, junto a los templos de los dioses,
miro caer en tierra el negro cielo
y siento que es mi vida quien aturde a la muerte.

                                                             Dos poemas de Rodríguez:

REVELACIÓN DE LA SOMBRA

Sin vejez  y sin muerte la alta sombra
que no es consuelo y menos pesadumbre,
se ilumina y se cierne
cercada ahora por la luz de puesta
y la infancia del cielo. Está temblando,
joven, sin muros, muy descalza, oliendo
a alma abierta y a cuerpo con penumbra
entre los labios de la almendra, entre
los ojos del halcón, la nube opaca,
junto al recuerdo ya en decrepitud,
y la vida que enseña
su oscuridad y su fatiga,
su verdad misteriosa, poro a poro,
con su esperanza y su polilla en torno
de la pequeña luz, de la sombra sin sueño.
¿Y dónde la caricia de tu arrepentimiento,
fresco en la higuera y en la acacia blanca,
muy tenue en el espino a mediodía,
hondo en la encina, en el acero, tallado casi en curva,
en el níquel y el cuarzo,
tan cercano en los hilos de la miel,
azul templado de cenizas en calles,
con piedad y sin fuga en la mirada
con ansiedad de entrega?
Si yo pudiera darte la creencia,
el poderío limpio, deslumbrado,
de esta tarde serena…
¿Por qué la luz maldice y la sombra perdona?
El viento va perdiendo su tiniebla madura
y tú te me vas yendo
y me estás acusando
me estás iluminando. Quieta, quieta.
Y no me sigas y no me persigas.
Ya nunca es tarde. ¿Pero qué te he hecho
Si a ti te debo todo lo que tengo?
Vete con tu inocencia estremecida
volando a ciegas, cierta,
más joven que la luz. Aire en mi aire.


SALVACIÓN DEL PELIGRO



Esta iluminación de la materia,
con su costumbre y con su armonía,
con sol madurador,
con el toque sin calma de mi pulso,
cuando el aire entra a fondo
en la ansiedad del tacto de mis manos
que tocan sin recelo,
con la alegría del conocimiento,
esta pared sin grietas,
y la puerta maligna, rezumando,
nunca cerrada,
cuando se va la juventud, y con ella la luz,
salvan mi deuda.

Salva mi amor este metal fundido,
este lino que siempre se devana
con agua miel,
y el cerro con palomas,
y la felicidad del cielo,
y la delicadeza de esta lluvia,
y la música del
cauce arenoso del arroyo seco,
y el tomillo rastrero en tierra ocre,
la sombra de la roca a mediodía,
la escayola, el cemento,
el zinc, el níquel,
la calidad del hierro, convertido, afinado
en acero,
los pliegues de la astucia, las avispas del odio,
los peldaños de la desconfianza,
y tu pelo tan dulce,
tu tobillo tan fino y tan bravío,
y el frunce del vestido,
y tu carne cobarde...
Peligrosa la huella, la promesa
entre el ofrecimiento de las cosas
y el de la vida.

Miserable el momento si no es canto.



**La foto que abre la publicación es de André Viard y Terres Taurines.